Hoy escribiré porque quiero escribir. Le daré nombre a este recuerdo que está a quinientas millas lejos de mí. Esta noche veré en cada frase razonable el entusiasmo de creerme viva y de ser en el espacio una flama encendida.
Hoy tomé un pincel muy parecido a mí y dejé que pintara sobre la pared los pensamientos de sus cerdas que ya me contaban mitos de madera. Pintó aquellas veces en que las cortinas se abrían por madrugadas y las velas se encogían al subir la luna, cuando parada en el lodo pensaba si podría convertirme en árbol. si las uñas dejarían de crecerme, y si también podrían salirme alas.
¿Cómo llamarle a ese recuerdo casi innombrable desde esa vez?
Subí al techo con el pincel y vi que el cielo estaba negro azulado, con tocados grises y moraditos, con los ojos brillantes y recorde de nuevo. Buscaba un nombre, y lo encontre, se me había olvidado que lo perdí. Pero volvió, cuando no era tan indispensable. Volvió y sonreí en ese instante. Mi nombre.